Se considera que el gremio de carpinteros es de los más antiguos de la capital; el de los artistas falleros, en cambio, es de los más jóvenes. En 1932 se fundó la Asociación de Artistas Falleros, en plena consolidación de las Fallas como principal expresión festiva de la ciudad, y en 1945 se constituyó el gremio propiamente dicho. Con la constitución del gremio y la creciente envergadura que iban alcanzando los monumentos falleros, se alentó el sueño de la construcción de un área gremial que agrupase todos los talleres artesanales, adaptándolos a las nuevas circunstancias.
En la oportuna fecha del 17 de marzo de 1965, se colocó la primera piedra en terrenos de Benicalap de lo que sería un nuevo barrio conocido como Ciudad del Artista Fallero o, directamente, Ciudad Fallera. Se consideraron 24.000 m2 para la construcción de naves industriales y se edificaron 1.200 viviendas formando calles y plazas con topónimos relacionados con el argot fallero y dedicadas a sus artistas más relevantes.
A pesar de lo ambicioso del proyecto, este no se llegó a concluir y a día de hoy cada vez son más los artistas falleros que buscan emplazamientos fuera de la ciudad. No obstante, siempre es curioso deambular por sus calles y atisbar el trabajo de los artistas en cualquier momento del año. Y nuestro recorrido puede que nos encontremos interesantes muestras de arte urbano, como el espectacular mural del dúo PichiAvo, autores (junto a los artistas Latorre y Sanz) de la colorida falla municipal de 2019
París, 28 de Diciembre de 1895. Los hermanos Lumiere presentaban la primera proyección cinematográfica de la Historia: una serie de cortometrajes de menos de 1 minuto de duración entre los que se encontraban “La salida de los obreros de la Fábrica” y “La llegada del tren a la estación”. Era el nacimiento oficial del cine como Séptimo Arte.
El Cine llegaba a España pocos meses después; el 28 de Diciembre de 1896, Valencia se convertía en la segunda ciudad en realizar una exhibición pública del recién estrenado invento. El Cine, en sus inicios, era un espectáculo ambulante que se exhibía en teatros, cafés o barracones de feria, en muchos casos como complemento de otros números de variedades. Hubo de esperar hasta 1905 para que se inaugurase la primera sala de Cine con carácter fijo y estable de la ciudad: el Cinematógrafo de la Paz.
El Cinematógrafo se encontraba en los bajos del edificio Bolinches, en la esquina de la calle de la Paz con el Parterre, justo en lo que actualmente es la Oficina de Turismo. Esta sala contaba con personal técnico y abarcaba los tres sectores fundamentales del negocio cinematográfico: Exhibición, distribución y producción.
Si entramos en el interior de la Oficina de Turismo, con su espacio sustentado por esbeltas columnas de hierro, nos resultará fácil vislumbrar todavías como era aquella sala pionera, de cuando las películas aun eran mudas y en blanco y negro.
Puedes conocer esta y otras muchas curiosidades sobre la historia del Cine en Valencia si nos acompañas este viernes 27 de Septiembre a la ruta “Camins de Cinema” que organizamos junto a los compañeros de Caminart.
Para apuntarse, aquí : https://www.caminart.es/rutas/caminsdecinema/
Nada resulta tan anodino como una de esas estaciones de servicio modernas. Pero en Valencia todavía se conservan algunas de aquellas gasolineras antiguas como la de la Cruz Cubierta o la de Pinedo que aún mantienen su encanto pretérito.
La de Pinedo, concretamente, data de finales de los años 40 o principios de los 50 y está construida en un estilo que remite al eclecticismo historicista. Se trata de un edificio de planta cuadrada de una sola altura sobre el que se eleva un bonito miramar rematado por un templete con cubierta de teja árabe a cuatro aguas flanqueado en sus esquinas por columnas jónicas y pináculos con forma de bola.
La fachada se adorna con paneles cerámicos con motivos regionales, dedicados a la figura de San Vicente Ferrer o que muestran el nombre de la estación de servicio.
Al finalizar la Guerra Civil, Valencia se encontró con un panorama desolador alentado por la escasez de bienes de consumo, la crisis económica y la destrucción de los hogares de buena parte de la población. Ante este escenario, se impuso la necesidad de regenerar el tejido urbano con la construcción de viviendas de bajo coste en un intento de paliar la situación. Goerlich —por aquel entonces arquitecto mayor del Ayuntamiento de Valencia— acometió entre 1943 y 1949 una serie de grupos de viviendas protegidas, concebidos como amplios bloques cerrados sobre patios comunitarios ideados para el desarrollo de la vida social de los vecinos. Su morfología, la baja calidad de los materiales empleados y los austeros acabados exteriores —generalmente revocos pintados combinados con paños de ladrillo— los alejaban del ideal de ciudad-jardín que había predominado en la construcción de casas baratas en décadas anteriores. El primero de ellos, el grupo residencial Alboraya —en la calle homónima—, que contaba además con dos pequeños grupos escolares —uno de niños y otro de niñas— en el interior de su patio de manzana, fue construido para realojar a los afectados por los derribos de la avenida del Oeste y de la plaza de la Reina, lo que no dejaba ser una operación encubierta de limpieza social que pretendía alejar a las clases menos favorecidas del centro de la ciudad hacia las afueras, a favor de otras de estatus acomodado más acordes con la imagen que se pretendía transmitir con la apertura de las nuevas vías comerciales del centro histórico.
Los grupos Industria I y Federico Mayo (Industria II), también ideados para los afectados por las reformas del centro, siguen el mismo esquema que el de Alboraya —igualmente cuentan con grupos escolares en su interior—, pero su aspecto de vila closa queda acentuado por la disposición de sus pasajes de entrada, al igual que sucede con el grupo Santa Rosa. El más grande de estos grupos, el de la carretera de Barcelona, también es el más interesante al plantear una ordenación de sus bloques que remite a las hoffe vienesas y a la manzana del barrio de Spangen (Rotterdam), diseñada por Michiel Brinkman en 1919. El último proyecto de Goerlich durante este periodo fue el del grupo San Jerónimo-Coronel Montesinos, donde cambió radicalmente de estilo para presentar una serie de hileras con viviendas distribuidas en dos alturas, con cierto sabor rural.
Algunos de estos grupos de viviendas sociales no han envejecido bien debido a la precariedad constructiva, la presión urbanística o el desarraigo social. Aun así, traspasar sus umbrales, transitar sus patios abiertos, deambular en definitiva por un tipo de arquitectura algo pasada de moda no deja de tener cierto encanto crepuscular.
¿Quién no se ha emocionado alguna vez escuchando La Maredeueta de Concha Piquer? Una trágica historia de amor y redención compuesta en los años 20 por Manuel Penella para una Conchita Piquer en los albores de su trayectoria artística, que captura magistralmente todo el fervor popular que el pueblo valenciano vuelca sobre su patrona, la Virgen de los Desamparados, festividad que hoy celebramos.
Concha Piquer, una de las grandes voces de la música española y valenciana universal, nos legó un compendio de coplas que han quedado enraizadas en la memoria de generaciones: Ojos verdes, Tatuaje, En tierra extraña, La Lirio, Romance de Valentía…. La tonadillera nació en la calle Ruaya, en el barrio de Sagunto, en una casa hoy convertida en museo. La casa fue construida sobre el año 1900 y responde a la tipología de vivienda unifamiliar de clase obrera, con planta baja y piso. En su interior contrasta la sencillez del mobiliario de una casa humilde similar a tantas otras de la época con el glamour y oropel de los objetos expuestos pertenecientes a la carrera profesional de la artista: indumentaria, joyas, fotografías, una recreación de su camerino y –como no- los famosos “baules de la Piquer”.
Una curiosidad: Concha Piquer también cantó una copla a ritmo de zambra con letra de Rafael de León y música del maestro Solano llamada 13 de Mayo…que casualmente es la fecha de hoy.
Este fin de semana se estrena la nueva película de Los Vengadores, la famosa y rentable saga de superhéroes ideada por la Marvel. Iron Man, Hulk, Capitán América, Spiderman y demás tienen como sede un rascacielos conocido como Torre Stark, reconocible por su logotipo consistente en una característica letra A mayúscula (A de Avengers), encerrada en un circulo.
En teoría, el rascacielos se encuentra en Nueva York, pero si paseamos por la zona de Nou Campanar nos toparemos con un edificio que luce en su fachada un logotipo con un sorprendente parecido con el de la Torre Stark. ¿Acaso Los Vengadores tienen aquí una sucursal donde trasladarse en el supuesto de que los supervillanos ataquen su sede principal?
Y es que deambular por Valencia nos permite hallar, además de vestigios históricos, artísticos o etnológicos, estos pequeños placeres frikis.
Puede que cuando pasemos por la calle de Hernán Cortés reparemos en una fachada con un rótulo escrito con una tipografía art-decó muy característica que igual ya hemos visto en otros puntos de la ciudad como son los refugios antiaéreos de la Guerra Civil o la Sala Jerusalem. Dicho rótulo nos recuerda que en dicho lugar se encontraba el Cine Metropol, una sala diseñada por Javier Goerlich e inaugurada en 1934 aprovechando los bajos de un edificio construido en 1880. Durante casi siete décadas, este cine alternó películas de estreno, reestreno y programas de cine-estudio hasta que un incendio provocó su cierre en 2001.
Aunque no es el cometido de este blog, si me lo permitís, hoy os quiero contar una anécdota personal sobre esta sala de cine, que para mí supuso una de las experiencias cinematográficas más insólitas que como espectador he podido vivir.
Proyectaban aquel día un programa doble de películas de terror. Una de ellas era una producción titulada Demons dirigida por Lamberto Bava en 1985. El argumento de la película trataba de un grupo de personas que iban al cine a ver una película de terror y lo que sucedía en la pantalla poco a poco se iba repitiendo en el patio de butacas. Si no era suficientemente metacinematográfico e inquietante ir al cine a ver una película de “unos que iban al cine a ver una película y les pasaba lo mismo que les pasaba a los de la película” resultó que además la sala de cine que aparecía en las imágenes se llamaba…!Metropol! Pero lo mejor (o lo peor, según se mire) vino luego, cuando en un momento álgido de la proyección se produjo un apagón que dejó en la más completa oscuridad la sala, incluyendo pantalla y luces de emergencia. Durante unos interminables minutos, la gente asustada se puso a gritar frenéticamente hasta que volvieron las luces y la proyección se reanudó como si nada hubiese pasado.
Esta historia de terror la recuerdo con mucho cariño, pero mucho me temo que la autentica historia de terror que está a punto de suceder no la recordaré con tanto agrado, porque el Cine Metropol va a ser pronto derribado para construir un hotel. De nada sirven los valores artísticos de su estilo art-decó, ni de que se trate de un proyecto de un arquitecto prestigioso como Goerlich, ni mucho menos la memoria sentimental de varias generaciones de cinéfilos valencianos. El Cine Metropol va a ser asesinado como en las películas de miedo, porque por desgracia la realidad siempre es más terrorífica que la ficción.
El grupo de viviendas de Nuestra Señora de la Valvanera en el barrio de la Creu Coberta es uno de tantos que se levantaron a principios de los años 60 en plena fiebre del desarrollismo urbano. Su arquitectura funcional y anodina no es distinta al de resto de edificios residenciales de sus mismas características construidos en aquella época.
Pero este grupo de viviendas dedicado a la virgen patrona de la Rioja guarda en el interior de su manzana de casas algo que lo hace distinto a todos los demás: un mercado.
El mercado –del mismo periodo que el bloque de viviendas-permanece invisible a cualquier persona que pase por la calle y nada delataría su presencia si no fuese por dos portalones metálicos recayentes a la plaza de Santiago Suarez “Santi” con sendos carteles que señalan la entrada al recinto.
La Valvanera, hoy, resiste a duras penas los envites de la vida moderna y la competencia de supermercados y centros comerciales, añorando los tiempos en que las industrias cercanas –especialmente MACOSA, la pujante fábrica de locomotoras de tren- proveían de clientes a sus puestos de venta.
Durante estas fechas viene siempre a nuestra memoria el recuerdo de aquella riada del año 1957 que tanto nos marcó a los valencianos. Mucho es lo que se perdió entonces, y aún después de 60 años, quedan vestigios de la furia con la que las aguas del Turia arrasaron con la ciudad. La antigua estación de Nazaret, es un claro ejemplo de cómo aquella trágica riada acabó para siempre con toda una línea ferroviaria.
En 1893 se inauguró el primer tramo (que unía la capital con Torrente) de la línea Valencia-Villanueva de Castellón para trenes de vía estrecha. En un principio estaba previsto que la línea finalizase en Turís para facilitar el transporte de vino y carbón de la zona, pero tras un cambio de planes se decidió potenciar el tráfico de cítricos de la Ribera continuando así su trazado hasta Villanueva de Castellón. Por diversos problemas, la construcción de la línea se fue demorando hasta que en 1917 se dio por concluida.
En 1912 se inauguró un ramal secundario que enlazaba con el barrio de Nazaret. Se construyó para ello muy cerca del Puente de Astilleros una estación muy similar a la estación principal original de la línea –la hoy desaparecida Estación de Jesús– que se hallaba entre la calle Maestro Sosa y la avenida de Giorgeta. La línea se mantuvo en uso durante casi medio siglo hasta su triste final. Al estar situada cerca de la desembocadura del río se vio muy afectada por la riada de 1957, lo que provocó su cierre definitivo. La estación de Nazaret quedó abandonada a su suerte, la de Jesús fue derribada y en 1963 se construyó una nueva que es la que todavía hoy permanece reconvertida en centro social y con su playa de vías transformada en jardín.
La estación de Nazaret aun sigue ahí, en un lamentable estado de conservación, añorando tiempos mejores.
Languidece en el olvido el antiguo Faro de Valencia, el que antaño fuese la referencia visual del litoral marítimo de la ciudad. Durante años, los valencianos gustaban de dar largos paseos hasta él pero en la actualidad, y debido a las obras de ampliación del Puerto, ha quedado solitario, en aguas abrigadas y dentro de la zona portuaria restringida mientras asume resignado su jubilación.
Su historia se remonta a principios del S. XX, cuando debido a las obras de construcción del puerto el Faro se levantó provisionalmente en el dique Norte y se encendió por primera vez en 1909. Inicialmente se trataba de una sencilla estructura metálica de 22 metros de altura coronada por la cúpula que albergaba la linterna. Una vez finalizadas las obras, en 1930 fue trasladado a su nuevo emplazamiento en el morro del dique Norte. Para ello se conservó su estructura metálica y ésta fue revestida por una torre troncopiramidal de sección octogonal fabricada con paramentos de mampostería y acabados en piedra blanca.
En 2015 el viejo faro apagó sus luces definitivamente y otro más moderno (del que os hablaremos en otra ocasión) tomó el relevo generacional como referencia y guía para navegantes.