Hemos comentado en alguna ocasión que hay lugares conocidos que se convierten en insólitos contemplados desde otra perspectiva o bajo unas condiciones distintas a las habituales. Con motivo del reciente concierto navideño de su agrupación musical, la plaza principal de Patraix mostraba un aspecto inédito y evocador a la luz de las velas, colocadas ex profeso para tal evento.
En el deambular cotidiano por nuestra ciudad encontraremos palacios, museos e iglesias que nos abrirán sus puertas y nos invitarán a conocer los tesoros que albergan en su interior. Pero hay otro mundo que queda oculto a nuestros ojos, el de algunas viviendas particulares convertidas en auténticos museos por sus dueños, donde se esconden sorprendentes joyas artísticas.
La vivienda del conocido escritor Carles Recio (la casa del último autor, como a él mismo le gusta denominarla) pide a gritos ser musealizada. En todos y cada uno de sus rincones, donde impera el horror vacui, conviven de manera imposible incontables obras de los más relevantes pintores, escultores y ceramistas valencianos con objetos de estética pop y trabajos del propio Carles.
Entre todos ellos, los más fascinantes son aquellos procedentes de esa Valencia desaparecida y legendaria sobre los que tanto se ha especulado sobre su paradero: los leones del jardín del añorado Palacete de Ripalda (que adornan la fachada de la vivienda), una de las vitrinas diseñadas por Gaudí para la tienda de confección Oltra (de las que hablábamos en una reciente reseña) o el mobiliario de uno de los comedores del Palacio del Marqués de Campo, por citar algún ejemplo.
La antigua judería medieval (o call jueu) de Valencia estuvo situada en las inmediaciones de la calle del Mar. Se trataba de un dédalo de estrechas calles donde habitaban los judíos de la ciudad. Aunque con el paso de los siglos el barrio fue desapareciendo y su urbanismo modificado, milagrosamente un pequeño fragmento de él ha llegado hasta nuestros días.
En el interior en un patio de manzana, oculto a la vista de los viandantes y atrapado entre las medianeras de edificios monumentales como la Iglesia de San Juan del Hospital y el Palacio de Valeriola se conserva un tramo de la calle Cristófol Soler, una de las que delimitaban el antiguo barrio judío.
Parece increíble que este vestigio de la Valencia medieval casi desconocido haya resistido a los envites del tiempo. Por ello, por su singularidad, su inaccesibilidad y por permanecer oculto a la vista de la mayoría, merece ser considerado uno de los lugares más insólitos de Valencia.
(La antigua Judería y otros lugares prácticamente inéditos de la ciudad podréis encontrarlos en nuestro libro “La Valencia Insólita")
Calle de las Brujas, así se conoció durante siglos a la actual calle Angosta del Almudín, vía que, como su nombre indica, discurre a lo largo del muro norte del edificio del Almudín y lo separa de la manzana de viviendas contigua. El origen de su nombre es incierto, pero se especula que ciertas hechiceras dedicadas a la elaboración de pócimas mágicas pudiesen haber habitado en ella.
Leyenda o realidad, es innegable que esta calle, especialmente de noche, conserva un hálito de misterio casi medieval que le confieren elementos como el empedrado del suelo o el muro del Almudín, además de tratarse de una de las más estrechas del casco antiguo. A todo ello hay que añadir la curiosidad de que durante largo tiempo, en ambos extremos de la calle, existieron unas puertas que la cerraban al caer la noche.
¿Quién no recuerda aquella mítica serie llamada “Verano Azul” y aquel barco varado tierra adentro donde vivía el inefable Chanquete?
Pues en Valencia tenemos otro. En realidad se trata de un edificio con forma de barco encallado en la arena de la playa de l’Arbre de Gos, situada entre Pinedo y El Saler.
Su peculiar forma se debe a que formaba parte de la Escuela de Estibadores y debía servir para realizar las prácticas de carga y descarga de mercancías. La Escuela se edificó en 2001 pero jamás llego a tener uso. Cuando se derribó gran parte de la misma, solo quedó el barco solitario en la playa. Está previsto que en un futuro albergue una escuela de Vela.
Todavía es posible encontrar en Valencia estampas tan insólitas como la de esta humilde casita que sobrevive a duras penas totalmente rodeada de gigantescos bloques de viviendas.
La casita es el último vestigio que queda del “Camí Vell de Benimaclet” y se encuentra enclavada en medio de la zona peatonal que hay en el interior de la manzana delimitada por la avenida de Menéndez y Pelayo, la plaza del Profesor Tamarit Olmos y las calles de Álvaro de Bazán y Jaume Roig.
Sirve de sede a una asociación cultural.
La calle de Caballeros es una importante arteria de la ciudad vieja y es conocida, entre otras cosas, por albergar un buen número de palacios, muchos de ellos de la época gótica. Pero hay otra calle, la de Exarchs, que aún siendo de las más antiguas de Valencia y pese a estar también llena de palacios ha caído en el olvido.
El origen de la calle se remonta a la Reconquista cuando Jaime I donó estos terrenos a la familia que da nombre a la calle – situada frente a la iglesia de los Santos Juanes-para que edificaran sus viviendas en ella.
En el lado de los impares aún se conservan varios palacios (alguno del S. XIV), siendo uno de ellos utilizado actualmente como convento.
Hablabamos hace unas semanas de la "Finca de Punt de Gantxo" y de que el esgrafiado de su fachada recordaba al de una labor de punto de ganchillo. Pues bien, en la plaza de Lope de Vega y a escasos metros de la fachada mas estrecha de Europa existe otra hecha de autentico punto de cruz.
Se trata de la obra de una artísta plástica que ha querido darle un toque de distinción al anodino almacén de un restaurante de la plaza.
Deambular por las calles del barrio del Carmen sin rumbo fijo siempre tiene sus alicientes y es fácil que nos encontremos con detalles curiosos que despierten nuestra curiosidad. Como por ejemplo, el rótulo de la Plaza de Valdigna, labrado en el año 1799 en el sillar de piedra de una esquina de la misma.
Pero esta plaza ya no existe como tal, actualmente se trata de un agradable rincón de la calle Landerer. Su antiguo nombre se debe a que aquí se encontraba la Casa Procura de Santa María de la Valldigna, que ejercía de sede administrativa en la ciudad del importante monasterio cisterciense. Además de la calle y plaza, también recibiría dicho nombre el cercano portal que se encuentra en la confluencia de la mencionada calle Landerer con la de Portal de Valldigna.
El barrio de la Seu se caracteriza por su intricado dédalo de calles irregulares y callejones sin salida conocidos como atzucacs, herencia del urbanismo árabe de la Edad Media.
Pero algunos de estos atzucacs aparentemente sin salida en realidad se comunican entre ellos a través de corredores que atraviesan las manzanas de los edificios a modo de calles secretas. Aunque su función y origen son inciertos, se aventura la posibilidad de que pudiera tratarse de antiguos pasos de guardia.
Un ejemplo de uno de estos pasos de guardia lo tenemos en el que une el atzucac de la calle Náquera por detrás del Palacio de Cerveró con la calle Samaniego a la altura del patio trasero del palacio de la Diputación