Palas Atenea, una espectacular escultura del artista Roberto Roca Cerdá, es única en su género, puesto que es la única en la ciudad construida en cerámica y ladrillo refractario.
Mide 4,40 metros de altura y consta de 84 piezas que fueron cocidas en los hornos de la fábrica Lladró. Fue inaugurada en 1967, con motivo de la entrega del título de hijo predilecto de Valencia a Manuel González Martí, fundador del Museo Nacional de Cerámica.
Se encuentra en la mediana ajardinada de la avenida de Blasco Ibáñez en la zona universitaria, y su ubicación no es casual puesto que Palas Atenea es la diosa de la sabiduría, las ciencias y las artes.
Si con la llegada del buen tiempo decidimos pasar el día en Cullera puede que optemos por dirigirnos a su conocida playa del Racó. Si es así, es posible que nos topemos con una curiosa columna solitaria y semiescondida entre los bloques de apartamentos de la zona.
La columna sigue los cánones del arte clásico griego: basa circular, fuste estriado y capitel de orden jónico. Pero algo en su construcción y en los materiales utilizados nos indica que no se trata de un elemento de gran antigüedad. Y así es, data de 1969 o 1970 y se trata en realidad de uno de los embellecedores que tenían los respiraderos de la conducción de aguas residuales que transcurre por la margen izquierda del rio Júcar hacia el emisario submarino.
Durante alguna de las obras de acondicionamiento, el respiradero fue recolocado en su ubicación actual. De hecho, podemos encontrarnos algún otro por la zona de San Antonio o siguiendo el trazado de la conducción subterráneo, donde estas columnas servían además como fites o mojones para delimitar su recorrido.
Agradecimientos a Quique Gandía, César Guardeño y Pedro Ferre por la información.
Afortunadamente, Valencia todavía sigue deparando sorpresas paras los amantes de su patrimonio cultural. En los últimos días ha levantado mucha expectación el hallazgo de nuevos restos del mítico mercado de flores diseñado por Javier Goerlich para la plaza de Emilio Castelar (hoy del Ayuntamiento), que fue inaugurado en 1933 y derribado en los inicios de los años 60.
Gracias a la siempre encomiable labor de investigación y seguimiento por parte de amigos y compañeros de batalla como Luís de Manuel, César Guardeño, Rubén Tapias o Tono Giménez, entre otros, ha sido posible localizar un buen número de elementos ornamentales del mercado y de la propia “tortada”, pues así es como se conocía popularmente a la plaza en aquellos tiempos.
Curioso es el destino para que piezas de un mismo conjunto arquitectónico corran suertes tan dispares como acabar en un vertedero o servir de ornato público. De ambas opciones, la segunda es la más agradecida, pero aún así ha sido inevitable que este valioso patrimonio haya caído en el olvido. ¿Cuántas veces habremos pasado por delante de estas reliquias reubicadas en otros lugares de la ciudad sin sospechar su origen?
Sirva para ilustrar el tema dos ejemplos concretos situados en vías muy concurridas de la capital. La fuente ubicada en una isleta ajardinada en la confluencia de la avenida de la Constitución y el Llano de Zaídia no es otra que la fuente original que presidía el centro del mercado subterráneo. Y parte de las columnas que la rodeaban ahora lo hacen en otra fuente, la de los Maulets, cobijada en un tranquilo jardincillo de la avenida del Reino de Valencia.
Y es que, al margen del asunto que hoy tratamos, ninguna de las fuentes históricas de nuestra ciudad está donde le corresponde, pero esa es otra historia que contaremos otro día….
En la población de Siete Aguas se encuentra la Cruz Pairal (o Peirón), que cuenta con una singularidad que la diferencia de otras cruces de término similares: fue erigida para señalizar la frontera entre los reinos de Castilla y Valencia.
Construida en 1432 por orden del Conde Berenguer-Mercader marcó el límite de ambos reinos hasta 1851, año en que la comarca castellana de Utiel-Requena fue incluida en la provincia de Valencia convirtiendo así al rio Cabriel en la nueva frontera oficial.
La cruz, de estilo gótico flamígero, está labrada con motivos religiosos representados por las figuras de San Antonio, San Francisco, Cristo Crucificado y la Virgen con el Niño. Un trenzado vegetal enlaza por ambas caras el escudo de armas de los Berenguer-Mercader. Aunque la base y la columna han sido restauradas, el capitel y el crucero son los originales.
En origen, la Cruz Pairal estuvo situada en la partida de las casas de la Contienda, junto al Camino Real. Tras varios cambios de emplazamiento, actualmente se encuentra ubicada en el parque de la Glorieta, a la entrada a Siete Aguas.
En ocasiones, los descubrimientos de nuestro patrimonio cultural más insólitos se realizan de la manera más insólita, valga la redundancia. Hace unos días me acerqué a la capilla del Cementerio General para preparar una futura entrada para el blog. Coincidió con la misa de 11, así que esperé respetuosamente a que acabasen los oficios para empezar a hacer fotografías. Todo el mundo se había marchado, excepto un señor de avanzada edad que permaneció sentado en el banco. Cuando vio que yo empezaba a fotografiar el interior de la capilla se interesó por mi labor. Le expliqué a que me dedicaba y para que hacía aquellas fotos. Y entonces me hizo el insólito descubrimiento…
Me mostró unos pebeteros dorados adornados con el escudo de Valencia situados a ambos lados de la puerta de entrada a la capilla y me comentó que son los mismos que se utilizaron para el funeral del escritor Vicente Blasco Ibáñez. Me relató que su abuelo, ferviente seguidor de las ideas republicanas de Blasco, había asistido en 1933 a aquella multitudinaria procesión cívica en la que fueron trasladados los restos del escritor –fallecido 5 años antes en Menton, Francia- hasta el Cementerio General. Me contó que su familia había guardado fotografías y recortes de prensa de la época y me animó a que indagara en los archivos para corroborar su historia.
Y así lo hice. Consultando diversas fuentes gráficas pude comprobar que, efectivamente, aquel anciano tenía razón y que aquellos eran los pebeteros que se habían utilizado en el funeral de Blasco. Un hermoso hallazgo que demuestra que todavía es posible encontrar detalles casi desconocidos en nuestra ciudad. Hallazgo del que debo agradecer profundamente a aquel ilustre desconocido del cual nunca supe su nombre.
Hemos pasado infinitas veces por delante y quizás no hemos reparado en ella. Nos referimos a la pequeña fuente adosada al muro de la Iglesia de San Martín, en la placita que se abre en la calle de San Vicente y da acceso a la Capilla de la Comunión.
Esta fuente de mármol rojo decorada con los símbolos de San Martín (el báculo y la mitra) no es originaria de la iglesia. Fue colocada aquí en los años 60 procedente de la antigua Real Casa Enseñanza fundada por el Arzobispo Mayoral en el S. XVIII, edificio que quedaría integrado en el actual Ayuntamiento, convirtiéndose en el cuerpo principal de la casa consistorial cuando en 1854 el Consejo Municipal decidió trasladarse allí “provisionalmente” desde la Casa de la Ciudad que estaba situada junto al Palacio de la Generalitat.
En los trabajos de recolocación de la fuente intervino el escultor José Esteve Edo (autor de conocidas obras en Valencia como La niña de las coletas, La Maternidad o Muchacha reclinada sobre un libro) añadiéndole la taza a la fuente como elemento funcional y ornamental.
Como todos los años las parroquias del distrito marítimo viven sus días más especiales durante la celebración de la Semana Santa. Aprovechando las procesiones vale la pena visitar las principales iglesias y descubrir algunas de sus leyendas y curiosidades históricas.
La de Santa María del Mar en el Grao, por ejemplo, tiene su origen en el S. XIV, aunque el templo actual fue construido en el S. XVII. En su interior alberga la talla de un Cristo crucificado, conocido cariñosamente como el Negret por su color oscuro. Cuenta una hermosa leyenda que en 1411 la talla llegó desde el mar flotando por el rio sobre una escalera de 33 peldaños. El rio Turia ejercía de frontera natural entre el Grao y Ruzafa (entonces municipios independientes). Como ambos poblados se disputaban la posesión del Cristo, las autoridades decidieron lanzar de nuevo la talla al mar para ver hacía donde se dirigía. Las aguas condujeron la talla hasta la orilla del Grao.
Y si las aguas protagonizan la leyenda, también lo hacen de un hecho histórico decisivo. Adosada a la fachada principal de la iglesia se encuentra una fuente con un niño sentado sobre una concha marina; Fue colocada en 1859 para dotar de agua potable a los vecinos del Grao, nueve años después de que la primera red de suministro se inaugurase en la capital.
En el Paseo de la Pechina, a la altura de la antigua cárcel de mujeres, el pretil del rio rompe su largo trazado creando un recoveco a modo de balcón sobre el antiguo cauce del Turia. Frente a él se conserva un banco de piedra que data de 1756, según reza la inscripción que aparece tallada en su respaldo.
Desde este banco los magistrados de la Junta de Murs i Valls de Valencia (institución de origen medieval encargada de la construcción y mantenimiento de las obras publicas de la ciudad) controlaban y registraban el paso de maderas procedentes de la comarca de los Serranos que eran conducidas flotando sobre el rio por ganxers hasta el embarcadero que había aguas abajo.
Un año más celebramos la festividad del santo patrón de nuestra ciudad y como siempre retomaremos la clásica conversación de si la fiesta es de “cruces para dentro” o de “cruces para afuera”. De las cruces de término de la ciudad de Valencia ya hemos hablado en otras ocasiones. Pero hoy nos vamos a detener ante la más desconocida de ellas: la situada en el Camí Vell de Picassent.
El Camí Vell de Picassent partía antiguamente del Cementerio General y atravesaba la Huerta de Favara en dirección a la población de Picassent. Las obras del cauce nuevo del Turia fragmentaron el curso del camino. La cruz se halla en un tramo de este camino situado entre la carretera de Alba y la V-30, interrumpido por la autovía y sin salida a esta. Su tipología es similar al del resto de cruces históricas de la ciudad y podría tener sus orígenes en los siglos XIV o XV. Junto al crucero, un puentecillo sobre una acequia da acceso a la parte trasera de la Ermita de la Aurora, cuyo empedrado esta presidido por otra cruz muy curiosa.
Al no ser lugar de paso, su emplazamiento convierte a este conjunto en un lugar secreto y casi invisible de bucólica belleza.
Existe un lugar el barrio del Carmen, la calle de Moret, que gracias a una afortunada intervención artística de Street Art, ha transformado su gris apariencia en otra mucho más luminosa que le ha permitido el sobrenombre de la Calle de los Colores.
Se trata de una iniciativa del fotógrafo Alfonso Calza (que tiene su estudio en la misma calle) que decidió que cuatro artistas de arte urbano pintasen un mural de más de 60 metros de largo basándose en algunas de sus fotografías. En el mural aparecen diversas escenas que van desde un bosque de Bremen a un puente de Venecia. Y culmina con la imagen de un beso, que bajo el lema de Prohibido no besarse, está destinado a convertirse en un icono pop como aquellos de Klimt o Eisenstaedt.