Si con la llegada del buen tiempo decidimos pasar el día en Cullera puede que optemos por dirigirnos a su conocida playa del Racó. Si es así, es posible que nos topemos con una curiosa columna solitaria y semiescondida entre los bloques de apartamentos de la zona.
La columna sigue los cánones del arte clásico griego: basa circular, fuste estriado y capitel de orden jónico. Pero algo en su construcción y en los materiales utilizados nos indica que no se trata de un elemento de gran antigüedad. Y así es, data de 1969 o 1970 y se trata en realidad de uno de los embellecedores que tenían los respiraderos de la conducción de aguas residuales que transcurre por la margen izquierda del rio Júcar hacia el emisario submarino.
Durante alguna de las obras de acondicionamiento, el respiradero fue recolocado en su ubicación actual. De hecho, podemos encontrarnos algún otro por la zona de San Antonio o siguiendo el trazado de la conducción subterráneo, donde estas columnas servían además como fites o mojones para delimitar su recorrido.
Agradecimientos a Quique Gandía, César Guardeño y Pedro Ferre por la información.
Afortunadamente, Valencia todavía sigue deparando sorpresas paras los amantes de su patrimonio cultural. En los últimos días ha levantado mucha expectación el hallazgo de nuevos restos del mítico mercado de flores diseñado por Javier Goerlich para la plaza de Emilio Castelar (hoy del Ayuntamiento), que fue inaugurado en 1933 y derribado en los inicios de los años 60.
Gracias a la siempre encomiable labor de investigación y seguimiento por parte de amigos y compañeros de batalla como Luís de Manuel, César Guardeño, Rubén Tapias o Tono Giménez, entre otros, ha sido posible localizar un buen número de elementos ornamentales del mercado y de la propia “tortada”, pues así es como se conocía popularmente a la plaza en aquellos tiempos.
Curioso es el destino para que piezas de un mismo conjunto arquitectónico corran suertes tan dispares como acabar en un vertedero o servir de ornato público. De ambas opciones, la segunda es la más agradecida, pero aún así ha sido inevitable que este valioso patrimonio haya caído en el olvido. ¿Cuántas veces habremos pasado por delante de estas reliquias reubicadas en otros lugares de la ciudad sin sospechar su origen?
Sirva para ilustrar el tema dos ejemplos concretos situados en vías muy concurridas de la capital. La fuente ubicada en una isleta ajardinada en la confluencia de la avenida de la Constitución y el Llano de Zaídia no es otra que la fuente original que presidía el centro del mercado subterráneo. Y parte de las columnas que la rodeaban ahora lo hacen en otra fuente, la de los Maulets, cobijada en un tranquilo jardincillo de la avenida del Reino de Valencia.
Y es que, al margen del asunto que hoy tratamos, ninguna de las fuentes históricas de nuestra ciudad está donde le corresponde, pero esa es otra historia que contaremos otro día….
Hasta el momento de la llegada del agua potable a Valencia, la gente se proveía principalmente de pozos particulares o públicos de tipo abisinio y también de acequias, como la de Rovella. En 1782 ya hubo un primer proyecto de abastecimiento de agua a la ciudad, pero no fue hasta 1850 cuando se inauguró al son del volteo general de campanas el servicio de agua potable teniendo como escenario la plaza del Negrito.
Para la ejecución de las obras se decidió tomar las aguas del río Turia más arriba del azud de Moncada, a la altura de la presa de Manises conduciéndolas a través de los términos municipales de Manises, Quart de Poblet y Xirivella hasta penetrar hacia el centro de la ciudad a través de una canalización subterránea que discurría bajo las calles de Quart y Caballeros.Hemos hablado en otras reseñas de algunos de los elementos que configuran esa red de agua potable primigenia.
Hoy nos detendremos en el acueducto subterráneo que durante seis kilómetros trasporta el caudal desde las instalaciones de La Presa de Manises hasta el edificio de Los Filtros ya en el núcleo urbano de la población.
Es posible detectar el trazado del acueducto a su paso por el terreno de huerta que se extiende entre el polígono industrial de La Cova y el cauce del rio Turia. Observaremos una larga línea de terreno elevado sobre un murete escalonado y flanqueada por una serie de hitos o mojones troncopiramidales, que recuerdan que la conducción hídrica pertenece administrativamente al ayuntamiento de Valencia, a pesar de estar situada en terrenos maniseros. Durante el recorrido encontraremos otros elementos como chimeneas de ventilación e incluso un panel cerámico conmemorativo de la construcción de esta primera red de agua potable con la que contó la ciudad de Valencia.
En la población de Siete Aguas se encuentra la Cruz Pairal (o Peirón), que cuenta con una singularidad que la diferencia de otras cruces de término similares: fue erigida para señalizar la frontera entre los reinos de Castilla y Valencia.
Construida en 1432 por orden del Conde Berenguer-Mercader marcó el límite de ambos reinos hasta 1851, año en que la comarca castellana de Utiel-Requena fue incluida en la provincia de Valencia convirtiendo así al rio Cabriel en la nueva frontera oficial.
La cruz, de estilo gótico flamígero, está labrada con motivos religiosos representados por las figuras de San Antonio, San Francisco, Cristo Crucificado y la Virgen con el Niño. Un trenzado vegetal enlaza por ambas caras el escudo de armas de los Berenguer-Mercader. Aunque la base y la columna han sido restauradas, el capitel y el crucero son los originales.
En origen, la Cruz Pairal estuvo situada en la partida de las casas de la Contienda, junto al Camino Real. Tras varios cambios de emplazamiento, actualmente se encuentra ubicada en el parque de la Glorieta, a la entrada a Siete Aguas.
Situada sobre un estratégico promontorio que domina el Valle de Ayora, la bella población de Jarafuel conserva un casco antiguo de enrevesado urbanismo que remite a su origen árabe. En la parte alta, arremolinado a los pies del castillo, se extiende el laberinto de empinadas callejuelas, placetas y atzucacs que configuran los barrios de La Peña, Solana y Morchón.
En este último, el más antiguo, encontraremos el pintoresco Callejón de los Mudos, un estrecho paso de de siete metros y medio de longitud y una anchura media de 50 centímetros (48 en su parte más estrecha y 70 en la más ancha).
Sin lugar a dudas, el Callejón de los Mudos es uno de los más estrechos de la Comunidad Valenciana y podríamos aventurar que posiblemente el que más…¿Alguien podría indicarnos otros candidatos al puesto?
Entre los términos de Paterna y Ribarroja, teniendo como límite natural el cauce del rio Turia, se extiende La Vallesa, un magnífico ejemplo de bosque mediterráneo que ha conseguido preservar su esencia natural a pesar de la presión urbanística de las zonas residenciales que lo circundan ejercen sobre él.
Como todo bosque que se precie, La Vallesa guarda un secreto: en lo más profundo de su arboleda se esconde en forma de tesoro hidráulico un antiguo lago artificial rodeado de espesa vegetación, que su entorno en una bella estampa paisajística.
El lago, situado en una zona privada del bosque perteneciente a la familia Trénor, funciona como embalse, del cual parte un acueducto por el cual discurre la acequia que abastece los campos de regadío de la vecina finca de la Vallesa de Mandor. El acueducto, rematado por una elegante balaustrada transitable, consta de 10 arcos (algunos de ellos cegados), que salvan el desnivel formado por el barranco de Mandor. La construcción tiene una longitud de 82 metros, una anchura de 80 centímetros y mide 11 metros en su punto más alto.
Muy cerca de allí, ya en campo abierto, se levanta la Lloma de Betxí, un yacimiento arqueológico de la Edad de Bronce (datado entre 1800 y 1300 a.C), acondicionado para las visitas y que merece la pena conocer.
Circulamos por la margen derecha del cauce nuevo del Turia y cuando llegamos a la altura de la partida de Faitanar, donde la línea del AVE sobrevuela los carriles de la V-30 y del propio cauce, por el rabillo del ojo nos da la sensación de que el viaducto de la línea férrea discurre justo por encima de un grupo de viviendas huertanas situadas junta a la autovía. No se trata de un efecto óptico, el puente del tren –literalmente- pasa por encima de la conocida como Alquería de Aiguamolls sumiendo en sombra permanente un extremo del conjunto de edificaciones, algunas de ellas todavía habitadas a día de hoy.
Es uno de esos casos de extraña convivencia entre la modernidad y la tradición, donde el moderno viaducto del tren de alta velocidad ha invadido la bucólica senectud –ya de por sí amenazada por el incesante tráfico de la autovía-de este reducto huertano. Una alquería que hunde sus orígenes a finales del siglo XVII y que representa un claro exponente de caserío valenciano, definido por un edificio principal rodeado de otros destinados a la labranza o al alojamiento de colonos.
En ocasiones, los descubrimientos de nuestro patrimonio cultural más insólitos se realizan de la manera más insólita, valga la redundancia. Hace unos días me acerqué a la capilla del Cementerio General para preparar una futura entrada para el blog. Coincidió con la misa de 11, así que esperé respetuosamente a que acabasen los oficios para empezar a hacer fotografías. Todo el mundo se había marchado, excepto un señor de avanzada edad que permaneció sentado en el banco. Cuando vio que yo empezaba a fotografiar el interior de la capilla se interesó por mi labor. Le expliqué a que me dedicaba y para que hacía aquellas fotos. Y entonces me hizo el insólito descubrimiento…
Me mostró unos pebeteros dorados adornados con el escudo de Valencia situados a ambos lados de la puerta de entrada a la capilla y me comentó que son los mismos que se utilizaron para el funeral del escritor Vicente Blasco Ibáñez. Me relató que su abuelo, ferviente seguidor de las ideas republicanas de Blasco, había asistido en 1933 a aquella multitudinaria procesión cívica en la que fueron trasladados los restos del escritor –fallecido 5 años antes en Menton, Francia- hasta el Cementerio General. Me contó que su familia había guardado fotografías y recortes de prensa de la época y me animó a que indagara en los archivos para corroborar su historia.
Y así lo hice. Consultando diversas fuentes gráficas pude comprobar que, efectivamente, aquel anciano tenía razón y que aquellos eran los pebeteros que se habían utilizado en el funeral de Blasco. Un hermoso hallazgo que demuestra que todavía es posible encontrar detalles casi desconocidos en nuestra ciudad. Hallazgo del que debo agradecer profundamente a aquel ilustre desconocido del cual nunca supe su nombre.
Nada resulta tan anodino como una de esas estaciones de servicio modernas. Pero en Valencia todavía se conservan algunas de aquellas gasolineras antiguas como la de la Cruz Cubierta o la de Pinedo que aún mantienen su encanto pretérito.
La de Pinedo, concretamente, data de finales de los años 40 o principios de los 50 y está construida en un estilo que remite al eclecticismo historicista. Se trata de un edificio de planta cuadrada de una sola altura sobre el que se eleva un bonito miramar rematado por un templete con cubierta de teja árabe a cuatro aguas flanqueado en sus esquinas por columnas jónicas y pináculos con forma de bola.
La fachada se adorna con paneles cerámicos con motivos regionales, dedicados a la figura de San Vicente Ferrer o que muestran el nombre de la estación de servicio.
Durante el periodo de la Guerra Civil se construyeron numerosos refugios subterráneos destinados a proteger a la población en caso de bombardeo por parte de la aviación enemiga. En la capital, dichos refugios se encuadraban en dos tipologías constructivas básicas: abovedada y adintelada. Pero si nos alejamos un poco del área urbana podemos encontrarnos otro tipo de refugios que debido a la morfología del terreno no obedecen a estos criterios de construcción.
El de Masarrojos, por ejemplo, está totalmente excavado en la roca. Consta de una única galería de 125 metros de longitud, apenas 2 de altura y anchura y discurre a 10 metros de profundidad bajo la plaza de El Soñador y la calle del Doctor Andrés Piquer. Aunque existen algunos tramos con bóveda de ladrillo, casi la totalidad del techo es de roca viva, sin ningún tipo de recubrimiento. A lo largo de la galería se abren una serie de huecos que se utilizaban como enfermería, sala de máquinas o el inicio de una de una galería perpendicular que no se llegó a realizar debido al fin de la contienda. El refugio, aunque llegó a ser utilizado, quedó inacabado como puede apreciarse en el cambio de pavimento en su tramo final o en la inutilización de un pozo natural de 15 metros de profundidad que iba a servir como fosa séptica para unas letrinas que jamás se construyeron. Se ha conservado de la época parte de la antigua instalación eléctrica y del sistema de ventilación, así como los bancos corridos y algunas inscripciones en las paredes.
El refugio actualmente permanece cerrado, carece de iluminación y sus accesos originales están cegados, pero tras las obras de limpieza y desescombro que se han llevado a cabo está prevista su rehabilitación y apertura al público.