Conforme nos alejamos de la ciudad hacia el norte, los campos de regadío devienen en tierras de secano, dando paso a fincas con grandes extensiones boscosas y tierras de labor, como es el caso del Mas de Fondo, en Massarrojos. Amplios pinares y pastos para la ganadería rodean al conjunto formado por la masía primitiva, la villa de recreo del siglo XIX con jardín y un riurau del siglo XVIII. Si ya sorprende encontrar por estas latitudes un riurau ―secadero que se utilizaba durante la elaboración de la uva pasa para protegerla de la lluvia y del rocío―, que es una construcción más propia de la comarca alicantina de la Marina Alta, todavía lo es más descubrir que se trata del mayor de los riuraus valencianos y, por ende, el más grande del mundo.
Su estado de conservación es excelente y mantiene la misma tipología que sus homólogos alicantinos: edificio porticado con catorce ulls en cada fachada longitudinal y uno más por cada fachada lateral ―aunque algunos se encuentran cegados―, orientación Este-Oeste y cubierta a dos aguas. Como hecho anecdótico, cabe reseñar que los puntales metálicos que ayudan a sostener la viga principal de madera son columnillas que pertenecieron a uno de los palcos del Trianon Palace, un cine-teatro de los más deslumbrantes que existieron en Valencia.
Desde hace unos pocos años, a finales de verano, el Mas de Fondo abre sus puertas para celebrar la escaldá del raïm, tradición recuperada gracias a la iniciativa de diversas entidades culturales y de los propios dueños de la finca. La escaldá es el proceso por el cual se transforma la uva moscatel en pasa haciéndola hervir en un caldero para luego dejarla secar sobre cañizos durante unos días. Esta tradición recuperada demuestra que, con voluntad, es posible la sostenibilidad del patrimonio en base a distintos factores históricos, artísticos, ecológicos o lúdicos.
Tal día como hoy, el 14 de Octubre de 1957, se produjo aquella trágica riada que ha marcado la memoria de los valencianos. Como recordatorio de la catástrofe han quedado a lo largo de la ciudad una serie de placas cerámicas o metálicas que indican el nivel que alcanzaron las aguas.
Una de ellas podemos encontrarla en el exterior de esa curiosa construcción antigua que asoma tímidamente entre las moles futuristas del Ágora y del puente del Azud del Oro (o “El Jamonero”, si se prefiere su acepción popular). Dicha construcción corresponde a la casa de compuertas y a un pequeño tramo del azud de la acequia del Oro, que precisamente da nombre al puente que se eleva por encima. Un azud es una barrera que eleva el nivel de agua de un rio para desviar parte de su caudal a una acequia de riego. La acequia del Oro recibe ese nombre de manera irónica ya que al estar situada en el tramo final de rio recogía todo el detritus de la ciudad, y aquello para los regantes era “oro”, ya que al regar los campos de paso también los abonaba.
¿Quién no se ha emocionado alguna vez escuchando La Maredeueta de Concha Piquer? Una trágica historia de amor y redención compuesta en los años 20 por Manuel Penella para una Conchita Piquer en los albores de su trayectoria artística, que captura magistralmente todo el fervor popular que el pueblo valenciano vuelca sobre su patrona, la Virgen de los Desamparados, festividad que hoy celebramos.
Concha Piquer, una de las grandes voces de la música española y valenciana universal, nos legó un compendio de coplas que han quedado enraizadas en la memoria de generaciones: Ojos verdes, Tatuaje, En tierra extraña, La Lirio, Romance de Valentía…. La tonadillera nació en la calle Ruaya, en el barrio de Sagunto, en una casa hoy convertida en museo. La casa fue construida sobre el año 1900 y responde a la tipología de vivienda unifamiliar de clase obrera, con planta baja y piso. En su interior contrasta la sencillez del mobiliario de una casa humilde similar a tantas otras de la época con el glamour y oropel de los objetos expuestos pertenecientes a la carrera profesional de la artista: indumentaria, joyas, fotografías, una recreación de su camerino y –como no- los famosos “baules de la Piquer”.
Una curiosidad: Concha Piquer también cantó una copla a ritmo de zambra con letra de Rafael de León y música del maestro Solano llamada 13 de Mayo…que casualmente es la fecha de hoy.
Hubo un tiempo en que la moderna zona residencial donde confluyen los barrios de Benicalap y Ciudad Fallera -hoy conocida como Nou Benicalap- era un idílico paisaje de huerta que rodeaba el antiguo núcleo rural de las Barracas de la Lluna.
Este núcleo era atravesado por un camino que partía de Benicalap y desembocaba en el histórico Cami Vell de Godella, propiciando no pocos paseos y meriendas al atardecer a los vecinos de la zona. Las barracas desaparecieron hace décadas, y las alquerías fueron absorbidas por la nueva edificación creando una suerte de plazas donde conviven de manera descontextualizada viviendas habitadas, otras en estado ruinoso y alguna que otra rehabilitada.
¿Y qué tiene que ver todo esto con las Fallas? Además de su proximidad al barrio donde se construyen los monumentos falleros, una de las alquerías se ha convertido tras su rehabilitación en la sede de la Federación de Fallas Benicalap-Campanar.
Languidece en el olvido el antiguo Faro de Valencia, el que antaño fuese la referencia visual del litoral marítimo de la ciudad. Durante años, los valencianos gustaban de dar largos paseos hasta él pero en la actualidad, y debido a las obras de ampliación del Puerto, ha quedado solitario, en aguas abrigadas y dentro de la zona portuaria restringida mientras asume resignado su jubilación.
Su historia se remonta a principios del S. XX, cuando debido a las obras de construcción del puerto el Faro se levantó provisionalmente en el dique Norte y se encendió por primera vez en 1909. Inicialmente se trataba de una sencilla estructura metálica de 22 metros de altura coronada por la cúpula que albergaba la linterna. Una vez finalizadas las obras, en 1930 fue trasladado a su nuevo emplazamiento en el morro del dique Norte. Para ello se conservó su estructura metálica y ésta fue revestida por una torre troncopiramidal de sección octogonal fabricada con paramentos de mampostería y acabados en piedra blanca.
En 2015 el viejo faro apagó sus luces definitivamente y otro más moderno (del que os hablaremos en otra ocasión) tomó el relevo generacional como referencia y guía para navegantes.
Ayer tuvimos la oportunidad de asistir, por cortesía de nuestros amigos de Valencia Bonita, a un impresionante concierto de campanas en la torre del Micalet a cargo de los Campaners de la Catedral de Valencia. Fueron ellos los que se encargaron de voltearlas manualmente con distintos toques tradicionales consiguiendo un ambiente místico que hizo vibrar las paredes de la Sala de las Campanas. Video: https://photos.app.goo.gl/ULFJBVfm68mUzVJf2
Esta sala de planta octogonal se encuentra en el cuarto cuerpo de la torre y alberga once campanas de las trece que tiene el campanario, todas bautizadas con su propio nombre: Caterina, Jaume, Úrsula, Pau, Arcis, María, Vicent, Andreu, Manuel, Barbera y Violant. Siendo la María la más grande y la Úrsula la más pequeña. La Caterina es la más antigua, datada en 1305 es anterior al propio Micalet y perteneció al campanario primitivo de la catedral. Las dos campanas restantes están en la terraza: Miguel (que da nombre al campanario) y la de los Quarts.
Bajo la Sala de Campanas existen otras dos estancias que, al igual que esta, tienen el acceso restringido a los visitantes. En el segundo cuerpo, se encuentra la Presó, que a pesar de su nombre se utilizaba como albergue para todos aquellos que huyendo de la justicia se acogían a sagrado. En el tercer cuerpo se halla la casa donde residía el campanero y su familia, comunicada con la sala superior mediante un agujero en el techo por el cual bajaban las cuerdas de las campanas cuyos toques eran más habituales.
Hay edificios que debido a su funcionalidad permanecen cerrados al público y no se permite su visita, salvo contadas excepciones. El depósito de aguas de Quart de Poblet es uno de ellos. Tuvimos el privilegio de acceder con los debidos permisos a su interior a raíz de un estudio que estábamos realizando sobre la llegada del agua potable a Valencia.
Cuando se inauguró la primera red de agua potable en Valencia en 1850 se construyó el depósito general o sala hipóstila (actual Museo de Historia de Valencia) en el límite del término municipal de Mislata. Pese a su amplia capacidad, pronto fue insuficiente para garantizar el abastecimiento de agua a la ciudad y en 1886 se hubo de construir un depósito auxiliar en Quart de Poblet (dependiente administrativamente de Valencia) . El arquitecto Joaquín María Belda proyectó un depósito de doble espacio rectangular con una capacidad de más de dos millones de litros con un cerramiento perimetral de ladrillo caravista y acabado de piedra en zócalos, embocaduras y gárgolas que le hace asemejarse más a un baluarte defensivo que a un depósito de agua.
El depósito todavía está en uso aunque el agua ya no se destina al consumo humano. En su interior se conservan en buen estado sus elementos más representativos: hall de entrada, aljibe, pasillos de servicio y sala de válvulas.
Como todos los años, toca celebrar la fiesta del patrón de la Comunidad Valenciana. San Vicente nació en Valencia un 23 de Enero de 1350, y hasta hace poco era costumbre conmemorar esa fecha con una escenificación del bautizo del santo en la iglesia de San Esteban.
En el baptisterio de dicha iglesia se exponían 19 figuras policromadas y ricamente ataviadas, tantas como asistentes a la celebración del sacramento marcaba la tradición. Estas figuras, conocidas popularmente como bultos de San Esteve tienen su origen a finales del S. XVI, aunque las que se conservan en la actualidad fueron modeladas en 1788 por el artista José Esteve Bonet.
Los bultos han sido restaurados recientemente y lucen en todo su esplendor en el Ilustre Colegio Notarial de Valencia.
Pasear por la huerta siempre es motivo de satisfacción. Ese sano contacto con la naturaleza supone, además, una fuente de conocimiento y de descubrimientos singulares. Acequias, molinos, ermitas… conforman un patrimonio etnológico muy valioso que se remontan a tiempos inmemoriales. Antiguos elementos de señalización como son los mojones de delimitación del término municipal, por ejemplo, son vestigios que evocan la época foral.
Un rosario de pedres de fita delimita el tramo del camino de Almàssera a Meliana que limita con la pedanía de Cases de Bárcena. Son pequeños bloques de piedra caliza del siglo XVIII, algunos de ellos con el escudo de Valencia en su cara exterior.
En la huerta sur, y concretamente en el entorno del Parque Natural de la Albufera, se conservan cuatro mojones de deslinde del periodo en el cual el lago perteneció al patrimonio de la Corona Real. Tres de ellos, de planta triangular, son de 1761, y el cuarto, de forma prismática, data de 1807 y bien pudiera representar un traspaso territorial de la Corona a Manuel Godoy, ministro de Carlos IV.
Un patrimonio que si no lo conservamos, corre riesgo en convertirse en tan solo un hermoso recuerdo.
Un año más celebramos la festividad del santo patrón de nuestra ciudad y como siempre retomaremos la clásica conversación de si la fiesta es de “cruces para dentro” o de “cruces para afuera”. De las cruces de término de la ciudad de Valencia ya hemos hablado en otras ocasiones. Pero hoy nos vamos a detener ante la más desconocida de ellas: la situada en el Camí Vell de Picassent.
El Camí Vell de Picassent partía antiguamente del Cementerio General y atravesaba la Huerta de Favara en dirección a la población de Picassent. Las obras del cauce nuevo del Turia fragmentaron el curso del camino. La cruz se halla en un tramo de este camino situado entre la carretera de Alba y la V-30, interrumpido por la autovía y sin salida a esta. Su tipología es similar al del resto de cruces históricas de la ciudad y podría tener sus orígenes en los siglos XIV o XV. Junto al crucero, un puentecillo sobre una acequia da acceso a la parte trasera de la Ermita de la Aurora, cuyo empedrado esta presidido por otra cruz muy curiosa.
Al no ser lugar de paso, su emplazamiento convierte a este conjunto en un lugar secreto y casi invisible de bucólica belleza.