El trazado de la avenida del Oeste acaba abruptamente frente a una hilera de fachadas envejecidas que a modo de barrera conforman la calle Belluga, un rincón que guarda la memoria de ciertos negocios tenebrosos de antaño.
Cuenta la hemeroteca que durante el primer tercio del siglo XX existió en esta calle un rastro de compra-venta. En algunos puestos se vendían zapatos robados a los difuntos haciéndolos pasar como nuevos. Aprovechaban los velatorios de los pueblos cercanos para despojar a los fallecidos de sus joyas y objetos personales como el calzado. Tras desinfectarlos toscamente y embetunarlos, los ponían a la venta sin advertir a los posibles compradores de su procedencia, pero a veces el olor desprendido acababa por delatarlos.