Durante estos días los distintos medios de comunicación se han hecho eco de la restauración de una de esas maravillas nunca lo suficientemente ponderadas que tenemos en Valencia: Los frescos de la Iglesia de San Nicolás.
Los frescos fueron realizados en 1700 por el artista barroco Dionís Vidal, discípulo de Antonio Palomino, autor –entre otras obras- de las pinturas de las bóvedas de la Basílica de los Desamparados y de la Iglesia de los Santos Juanes. Sobre una superficie de casi 2000 metros cuadrados, Vidal narró con pintura, como si una especie de comic se tratase, la vida de San Nicolás y del otro santo titular de la parroquia, San Pedro Mártir.
La espectacular belleza de la obra, potenciada tras la restauración, ha propiciado que se le haya empezado a denominar como la “Capilla Sixtina” valenciana, comparándola con aquella otra que inmortalizó Miguel Ángel en San Pedro del Vaticano.