La transición de la vida terrenal a la muerte es un trámite que muchos temen y pocos desean. Desafiando esta lógica ancestral, durante siglos, algunas mujeres tomaron la decisión de permanecer muertas en vida. Aunque en algunos casos era por castigo, en la mayoría de ellos estas mujeres solicitaron voluntariamente como penitencia o devoción ser emparedadas para poder dedicarse a la oración y a la contemplación. El enterramiento prematuro se producía en el exterior de las iglesias, en estrechas celdas dotadas de pequeñas rejas por las que las emparedadas recibían comida y limosna. Esta costumbre, conocida como voto de tinieblas, se mantuvo desde la Edad Media hasta el siglo XVIII. Existen testimonios escritos de emparedamientos en las iglesias de San Esteban, San Andrés, San Lorenzo y especialmente Santa Catalina, cuyos vestigios desaparecieron tras las obras llevadas a cabo a causa del incendio acaecido en 1584.